EL HUECO DEL TRÉBOL por Sofía Artehaga

abril 10, 2008

 

(fotografías de Orly Salgado) 

que sofía arte haga / ya lo vamos a tasar / que danilo se desvele y mejor juege a / hartar / que arte ni harte / el que se harte se lleve / el peor arte / artehaga haga arte / fracasados y débiles / a la olla dice el viejo / con bigotes / colosales / yo he dicho que / ustedes / con sus cuentos / facilones / han sido / por demás / unos fachos / bonachones.

Ana Fernández

…cuento dedicado a mi amigo Marco Logacho

Mientras viajaba en el Barrionuevo-La Gasca escuchó en el molesto radio del bus que había caído el Trébol; en primera instancia pensó en una guerra, después de todo en esas circunstancias caen palacios, caen cuarteles y en el Ecuador hasta caen presidentes. Al regresar a la cordura, escuchó atenta esa noticia que interrumpía el interminable reggaetón que repetitivo martillaba desde el potente altoparlante sobre su puesto.

Un aviso importante rompía su continuum histórico: el sector del Trébol había colapsado, un enorme hueco era el resultado de las intensas lluvias que cayeron ese día, un viejo colector había cedido. El amable conductor de la unidad 43, delicadamente, se dirigió a los pasajeros: ¡chucha se jodió la Marín¡ no hay paso señores, así que…

Mónica advirtió que ese anuncio le significaba una larga caminata, aunque mantenía la esperanza de que algún “comedido” le acercara a la U, pues no dudaba ni un segundo de sus encantos.

Ni modo, a caminar, aunque las botas de tacos altos no le ayudaban mucho, pero se veían bien y combinaban con su abrigo. Salir desaliñada ¡ni cagando¡ la lluvia no sería impedimento, eso pensó al dejar su casa en Santa Anita. Pero ahora ya los pies le estaban matando aunque sólo había caminado unas pocas cuadras, claro, ya estaba a la altura de los condominios de la Napo, en la curva donde no se divisa aún la Marín, específicamente en esos que tienen un nombre raro Pierre Hitti ¿Quién carajo será ese? se preguntó, por qué no le pusieron Leonardo Di Caprio mejor…en vez de pensar tonteras mejor apresuro el paso, se dijo mientras esbozaba una mueca parecida a una sonrisa y pensó, seguro en la Marín frescamente cojo un carro.

Interminables filas de carros se veían en ambas direcciones, de norte a sur, de este a oeste, mientras un gélido viento soplaba en su rostro y una llovizna caía inclemente, el día del juicio final que tanto le advirtió su madre ¿al fin había llegado? para ella, claro está. El mismo panorama se apreciaba hacia el sector del Trébol, aunque no veía el tal “huecazo” que comentaron un par de señoras en el bus del cual bajó.

Su afán por llegar a la U radicaba en la esperanza que albergaba de reconciliarse con su querido Marco, su compañero de clase y, según ella, el amor de su vida. Ya tenían dos años juntos, los mismos que tenía de permanencia en la universidad y los mismos que el Marco se había encargado de llenar de felicidad.

Avanzando entre un tumulto llegó a un punto donde se visualizaba mejor la situación, muchos curiosos y filas de buses que venían del valle. En ese instante sonó su Motorola de carcasa rosa, el de tapita, el que le regaló su papá por cumplir 21 años.

La llamada fue rápida, violenta como un golpe, tan certera como una flecha.

La gente apurada caminaba y la golpeaba, ella se había detenido, mientras el río de personas continuaba su caminata anodina. Mónica contuvo las lagrimas, como un ser sin voluntad avanzó algunos metros, con la mirada perdida, con el Motorola rosado en su mano; sin darse cuenta se acercó a la zona del desastre, entonces, pudo ver el gran hueco del Trébol y pensó que ese era el hueco en su corazón que le acababa de hacer el Marco.